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Alycia...

Diario de una puta... pesadilla

Diario de una puta...  pesadilla La sangre manaba a borbotones de las grietas de las paredes de la inmensa habitación. La majestuosa lámpara de araña se mostraba orgullosa colgando en el centro del techo. Las sombras se contorsionaban mezclando penumbra y luz. Maraña de brazos, piernas y lenguas, que acariciaban otros brazos, otras piernas, otras lenguas, otros pechos y otros sexos. Un continuo susurro de suspiros.
Cinco mujeres, permanecían de pie, en cada pico de una estrella de cinco puntas inscrita en un círculo imaginario alrededor de la escena que estaban presenciando, en sus respectivos pedestales. Sus caras rosadas, llenas de vida, lloraban asustadas por su próximo destino.
Mis ropajes rasgados por su obstinación y lucha contra mi voluntad y mi séquito, descubrían mi cuerpo a las ansias que inundaban a mis agresores. Me causó cierto estupor observar a una de las mujeres, que permanecía imperturbable, en sereno silencio, mientras el resto lloraban desconsoladas. Parecía disfrutar con su visión.
Me besaban y me deshacían en caricias íntimas, donde las manos de unos, algunos incluso sus bocas, se perdían entre mis piernas. A pesar de sus incalculables edades, cada uno lucía un cuerpo joven. Pectorales formados y duros. Pieles tersas, sin arrugas, sin estrías, sin las imperfecciones propias de los mortales. El salón se saturaba del olor a sexo, haciendo que una entrara en trance. Otros tres se abalanzaron sobre mí lamiendo por entero cada resquicio de piel. No desvié ni un momento la mirada de la única doncella que no lloraba. No me hacía falta mirar, para saber lo que me hacían. Se muerde el labio inferior, mientras con una mano juguetea con el vello de su pubis.
Los gruñidos de la disputa, por la mejor posición, desencadenaron un violento altercado recordándome al banquete de unos carroñeros enfrentados por una presa muerta. Sólo uno pudo dominar a los otros y hundir su cara entre mis muslos. Uno de los perdedores lucía un profundo rasguño en la comisura de su boca. Otro compañero derrotado lamió sin dilación el labio ensangrentado. Sus bocas empapadas en sangre y saliva se deslizaban con el hambre propia de una bestia. Ambos, perdidos en la cegadora pasión de la lujuria, buscaron el sexo del ganador, el cual degustaron a la vez. Sus lenguas se enredaban mientras engrandecían más y más el ya inhiesto sexo del ganador.
Las jóvenes, desde sus escaños, sollozaban, pidiendo mi clemencia y su marcha. No sabía como podía evitar yo su inminente destino. La chica pelirroja, la única que permanecía serena, acariciaba sus pechos, embelesada por la escena. No pestañeaba. Sólo miraba con atención a las cuatro fieras devorándome, mientras sus manos cobraban vida propia y sus dedos hurgaban por las hendiduras de su entrepierna.
El rito estaba llegando a su culminación, cuando la bestia que tenía entre las piernas me penetró entró en trance y llegó a su clímax. Con el rugido de un animal, abrió su boca, exhibiendo cuatro afilados colmillos, que resaltaban sobremanera con la sangre de su barbilla. Quise levantarme a pesar de saber que no podría deshacerme de mis ataduras. Algunos trepaban por las paredes, con la cara marcada por el espanto. La única joven que parecía disfrutar del espectáculo dejó de masturbarse cuando se percató de mi situación. Se inclinó para que pudiera besar su boca. Su mirada ofrecía la calma, la paz eterna de una noche sin final. Lo entendí a la perfección, no entendía mi situación, sino la suya propia, y me volvió a besar. Cerró sus ojos para notar como mi lengua jugaba dentro de ella. Mientras aquella bestia aún permanecía dentro de mí. Muy dentro de mí. El placer recorrió todo mi cuerpo y por fin logré alcanzar mi apogeo cuando posó su mano derecha cerca de mi cuello. Palpó el acelerado pulso de mi vena yugular. Estaba nerviosa. Claro. Abrió repentinamente sus ojos cuando notó como las uñas de la bestia herían su piel. No dejó de besarme. Acarició mis mejillas a medida que separaba su cara de mí y volvía a su posición erguida. Un caudaloso riachuelo de sangre atravesaba su cuerpo entre sus pechos, su ombligo y rompiendo, por fin, en su monte de Venus, extendiéndose por su piernas como un mar de color rojo. Las bestias lamían su cuello, para navegar por el curso del arroyo. Deslizando su lengua por todo lugar donde había pasado su dulce ambrosia hasta besar su coño y beber de él como si de una fuente se tratase. Lamían lo más profundo de su bajo vientre, degustando un sinfín de sabores deliciosos, para su gozo. El cálido aliento de las bestias, erizaba su vello, sus rodillas temblaban, de excitación y miedo. Podía sentir como su vida se escapaba por cada convulsión de su éxtasis.
Las zarpas de un animal salvaje se posaban como mariposas sobre mi pecho. Lamió mi pecho, con cautela al principio y sin mesura después. Sentía como si mi cuerpo volviera por un instante a la vida. ¡Qué placer! Ansioso sus uñas arañaban mi torso mientras sus ojos azulados me miraban fijamente, a la par que su lengua resbalaba por mis pechos, a pesar de su aspecto, una vez que me dejé llevar, aquella bestia solo necesitaba amor. El pareció entender el cambio en mi mirada para convertirse en un amante perfecto. Mis heridas se cerraban por cada beso en mi entrepierna. Besaba, chupaba, lamía, mientras en sus ojos aumentaba la humanidad que la quedaba.
La muchacha, exhausta, cayó desmayada en los brazos de una de las bestias que lamían su cuerpo y la retiró de la estancia.
Mi bestia amante me penetró de golpe, con fuerza, requería caprichoso toda mi atención ahora que los dos estábamos de acuerdo. Me liberó de mis ataduras. Besé su boca ensangrentada. A medida que le besaba, mi mirada se iba perdiendo en el infinito de una noche húmeda. Sentado ya en el suelo me cogió como si no pesara más que una pluma para colocarme encima de él y penetrarme a medida que bajaba para sentarme a horcajadas sobre sus caderas. Sintiendo el mayor de los placeres que jamás habría sentido. Sentía sus garras aferrándose en mi espalda sin llegar a herirme. Y dirigiendo mis movimientos hacia su placer, que también era el mío, hasta alcanzar de nuevo nuestro clímax.
Las farolas alumbran el humo de mi cigarro, a través de las ventanillas del coche. En el asiento trasero, me masturbo para él. Mis dedos resbalaban por el contorno de mi vulva con la sapiencia de lo que le gusta ver. Delicioso, a la par que vulgar. Los tiempos cambian. Me esmero para intentar seducirle. Le resulta difícil ocultar su erección pero le gusta jugar. Es un hombre mayor, con gusto, pero eso es fácil cuando se tiene tanto dinero como él. Y a pesar de su madurez, es un hombre muy atractivo. Casi sin pensarlo te sientes atraída por él, sin saber cual es el motivo. Una extraña fuerza invisible que te lleva a él sin quererlo. Creo que voy a llegar a tener un orgasmo, él me mira impaciente. Quizás sea por eso, porque lo veo en sus ojos. El deseo de sus ojos humanos. O no.
Siempre que me llama me pasa lo mismo, tengo esa pesadilla, y me despierto empapada en sudor, asustada, y muy, muy excitada. Quizás sea una de mis pesadillas favoritas…

2 comentarios

fantasía -

¡Uf! ¡Impresionante! Me han gustado tus relatos. Tienes una nueva seguidora, esperaré impaciente nuevas historias.

lavecinita -

Intentare leerte sin meter la mano en la entrepierna..un beso