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Alycia...

Al Señor de las Brumas III

Al Señor de las Brumas III

Las últimas indicaciones que me dio Pedro fueron claras y sobre todo hizo hincapié en que me comportara tal y como era, con naturalidad y frescura, que fuera yo misma y me sintiera cómoda, a pesar de que le tenía que obedecer en todo a aquel desconocido, que disfrutara de la velada y me lo pasara bien porque no se trataba de otra cosa.

Me puso una bata de terciopelo rojo con las mangas ajustadas y sobre mangas del mismo color que caían entre mi cuerpo y mi brazo en forma de hoja y llegaban casi al suelo. Se ceñía a mi cuerpo hasta la cintura a partir de la que caía una gran falda pesada de vuelo. Dándome un aspecto de dama medieval algo siniestra.

-                          Ahora baja al salón, él te espera para cenar. – Miré a Pedro con un aire de incertidumbre en mis ojos – relájate no estés nerviosa, confío en ti y se que lo harás bien. – me besó en la mejilla como si fuera un padre dándole los últimos consejos a su hija que va a entregar al hombre que la espera en el altar y se marchó. Fue la última vez que vi a Pedro.

Bajé las escaleras y me dirigí hacia el salón, en la puerta del mismo me encontré con un hombre que parecía ser, y que finalmente así resultó, un mayordomo. Me miró con desdén y me abrió la puerta y me condujo a un salón redondo, rodeado de columnas, iluminado escasamente por algunas velas que adornaban las columnas y una chimenea que se presentaba en frente de un enorme y ostentoso sillón. Por alguna extraña razón yo me había trasladado a otra casa, a otro lugar, sin embargo, no me sentí atemorizada en ningún momento, ni perdida… entré en línea recta y mis ojos solo podían fijarse en los del hombre que esperaba en el sillón y que presidía aquella sala… el mismo hombre que por la mañana había estado en el cuarto tocándome, el mismo que había clavado su mirada en mi mientras atada me llenaba de placer con un par de dedos, me inundaba el deseo de saber más de él, deseo que me impulsaba como una pantera en celo que no se fía del sexo contrario pero que sabe que al final terminará doblegándose ante él porque realmente disfruta con ello… y él lo sabía, por eso nuestras miradas se cruzaban incesantes.

Un gesto de su mano hizo que me parara en medio del salón, sus fuertes manos se apoyaron en los brazos del sillón y todo su cuerpo se levantó de este haciéndome sentir pequeña e insignificante, no temerosa, pero su autoridad era patente en aquella sala, en ese momento agaché al mirada.

-                          ¿Me deseas?  - me preguntó mientras me rodeaba intimidándome.

-                          Sí -  la voz temblorosa y llorosa hizo salir por mi boca un sentimiento que yo desconocía en mi interior, caí al suelo de rodillas, entre sollozos, aceptando de este modo la condición que me había venido dada, era lo que era. A pesar de haber dejado a Pablo por como era él. A pesar de haberme creído que estaba platónicamente enamorada de Pedro. Yo no buscaba sino lo que el hombre que ahora me preguntaba abiertamente lo que quería me ofrecía. Porque aquello que se me daba en bandeja de plata ante mis ojos en ese momento, era sin duda, lo que había buscado sentir durante muchos años…

Él me recogió del suelo entre sus brazos, fuertes y que me llenaron de seguridad. En la brusquedad de sus actos yo sentía la sensibilidad que necesitaba sentir, la protección que tanto añoraba desde la muerte de mis padres, el amante que me haría sentir una mujer, el Amo y Señor de todas mis fantasías desde que era una niña… y aunque está claro que terminaré de contar la historia y de lo que pasó a partir de ese momento, en aquel instante en el que Mi Señor y yo firmamos un contrato verbal en el cual nos pertenecíamos el uno al otro, nos encontramos ambos en el sitio en el que siempre habíamos querido estar…

1 comentario

El Señor de LAs Brumas -

Ardo de pasión, pequeña, cuando compartes con nosotros aquella primera sensación.

Me ha enloquecido la descripción del momento en el que aceptas que - por encima de todas las cosas - lo que deseas es ser sometida por Él.

Desnudas tu alma antes que tu cuerpo y la belleza que muestras es inenarrable, superando las expectativas del hombre más exigente.

Tu Señor está tremendamente orgulloso de tí.